Carmela García o el sueño del Paraiso perdido.
Agnes de Gouvion Saint Cyr
A
propósito del paraíso
Lo propio de la mirada no consiste sólo en fluir desde nosotros
hacia los demás,desde nosotros hacia las cosas,sino también
en cambiar de calidad, en acomodarse de distintas maneras según
los lugares.
De repente, el contraste entre la pared blanca de la galería y
el sentimiento de plenitud que emanaba de la obra se impuso de manera
sorprendente.
El Paraíso terrenal, pensé, o más bien el Paraíso
perdido; en ningún caso un paisaje destinado a los simples mortales.
Y recordé que cuando apareció en Francia, a finales del
siglo XV, el término paysage, no fue para designar ninguna
visión directa de la naturaleza en su propia esencia sino los cuadros
que la representan, es decir la interpretación mental que de ella
hace el artista para representarla.
Entre todos los elementos constituyentes de un paisaje, la línea
del horizonte reviste una importancia capital; línea imaginaria
que separa el cielo de la tierra, esta no deja de ser, sin embargo, una
reconstrucción de la realidad definida, elegida, asumida por el
artista. En ninguna de las obras, extraídas de la serie de paisajes
de Carmela García, la línea del horizonte acompaña
el andar del paseante. Nosotros, espectadores, no pertenecemos al mismo
mundo. Y no creo útil recordar que el horizonte depende de un punto
de vista, de la situación de un cuerpo en el espacio, pero también
de la situación del espectador con respecto al cuadro, por consiguiente
de una percepción que construye y constituye dicho horizonte.
Por todo ello, me gustaría atraer la atención sobre esta
problemática del punto de vista tal como la ha declinado
esta artista.
Visión en picado o contra-picado, los personajes permanecen inaccesibles,
dentro de una relación que excluye todo lo que no sean ellos, suspendidos
en el tiempo de una casi eternidad.
Es el caso de la mujer que vemos de espalda, silueta ínfima con
respecto al río donde ni siquiera desea contemplar su imagen; o
de los adolescentes agrupados, en postura bíblica, en lo alto de
un cerro que no nos está permitido alcanzar, ya que tampoco lo
consigue uno de ellos.
La energía de la composición nos habla de una tensión:
la que se crea dentro de estos cuadros vivientes entre la mujer y la naturaleza,
la mujer y el otro; porque, más allá de la armonía
ponderada de los colores -que no deja de recordar la sensación
de plenitud, hasta de beatitud del Paraíso- , surge un sentimiento
de finitud, una ausencia del otro, que lleva al simple mortal hacia la
inquietud existencial.
¿No evoca esta serie de paisajes un misterioso abismo que , para
tomar forma, se sirve del ser humano como de un instrumento y un representante
adecuado?
Arriesguémonos a decirlo: nos encontramos frente a un universo
bíblico poco después de que haya sido cometida la falta.
Porque, según la tradición extraída del relato del
Génesis, Adán y Eva, van, antes de la falta, arropados por
un manto de incorruptibilidad. Están exentos de cualquier preocupación,
de cualquier duda moral; pueden abandonarse a la contemplación
divina y a la beatitud que esta genera.
Tal felicidad desaparece después de la comisión del pecado
original y atormentará desde entonces al ser humano, que ya se
sabe mortal.
De este acto irreparable nacerá el sentimiento de la melancolía
que sugiere tan bien Carmela García al desarrollar la metáfora
del alma como paisaje, que posiblemente no sea otro que el paisaje de
uno mismo.
Dentro de la tradición literaria, el melancólico aparece
como un personaje sensible, atento, soñador e inteligente, cuya
actitud oscila continuamente -según Panofsky- entre la pena y la
alegría, el entusiasmo y la tristeza, la actividad y el abatimiento.
El dolor que lleva dentro se nutre de la contradicción metafísica
entre lo infinito y lo finito, el tiempo y la eternidad que perdió.
Tal es, a mi parecer, el contexto en el que Carmela García ha descrito
sus personajes,dentro de su serie de paisajes ( y Chicas,deseos y ficción).
Desde entonces, la artista va a tomar partido, a comprometerse, a subrayar,
a afirmar para intentar comprender. porque si ambos, tanto adán
como Eva, han pecado, la tradición bíblica descarga lo esencial
de la falta sobre Eva; esa misma Eva a la que Tertuliano, algo misógino,
estigmatiza así: ¿No sabes que eres Eva...? La sentencia
de Dios subsiste aún sobre tu sexo...(citación extraída
de Cultu feminarum).
Y es Eva, efectivamente, o más concretamente su condición
de mujer condenada, herida, la que se encuentra al centro de las preocupaciones
artísticas de Carmela. En el corpus de las imágenes realizadas
al mismo tiempo que la serie de paisajes, evocara esta herida, este aislamiento
por el cual la mujer -para darle más peso a su propósito,
la mujer contemporánea-, se encuentra enfrentada.
Sitúa los diferentes capítulos de la historia que construye
en el espacio doméstico, allí donde sus heroínas
podrían encontrar refugio, de no verse perseguidas por el sentimiento
de culpabilidad con que la sociedad la sigue cargando.
Una imagen, muy en particular, me parece reveladora de tal propósito:
la de una mujer, joven, bella, en la actitud clásica que utilizaran
los pintores para describir a las mujeres durante el aseo.
La luz ilumina la escena, casi deslumbrante, borrando las asperezas del
lugar. Y sin embargo... la modelo intenta substraerse a su feminidad borrando,
quitando, afeitando uno de los símbolos pictóricos que más
a menudo la evoca: el pelo.
Inquietante actitud que el espejo no quiere reflejar, mientras que el
hombre -eventual salvador-, figura absurda e insignificante, se muestra
incapaz de prestar ayuda.
Si bien recurre frecuentemente a las metáforas, Carmela García
sabe también, en numerosas imágenes, concebir y proponer
una realidad cotidiana y muy contemporánea.
Con una emoción y un pudor extremos,sugiere este encierro de la
mujer en si misma, a la vez que sometida a una voluntad externa de la
cual se protege.
Retratos de mujeres jóvenes con los ojos cerrados,dentro de un
espacio cerrado: algunas encuentran fuerza suficiente para resistir, otras
se abandonan.
La tensión nace de estos rostros en primer plano fotografiados
dentro de un universo casi vacío,despojado en extremo, sin el menor
artificio,con el fin de sugerir una última posibilidad de recurso.
Imágenes encuadradas al mínimo,la modelo ocupando una posición
casi geométrica en la composición de la obra -paralelas
o diagonales del espacio fotográfico-. En el momento en que la
presencia del otro parece poder aliviar en algo esta tensión, las
miradas se rehuyen, la incomunicabilidad se prolonga en un aislamiento
desesperado -aún cuando el contacto pueda establecerse, no existe
percepción alguna del otro-.
El espacio doméstico, esto es bien patente en la obra de Carmela
García, no constituye ningún refugio de paz, ningún
capullo protector y, en una propuesta cercana a la desesperación,
la artista da a entender que también el espacio público
lleva la huella de la soledad.
Los personajes evolucionan en él, fuera de cualquier posible relación
afectiva; la multitud es densa y ellos permanecen atrapados en la violencia
de su aislamiento.
Otra vez definidos en primero planos que les niegan la integridad, su
presencia parece extraña al entorno, figuras errantes en un mundo
que se les escapa. Algunas veces, hasta se atreve Carmela a sugerir la
violencia dentro de esta espera, ese siempre insatisfecho deseo del otro
-colores violentos, saturados, agresivos, que constituyen otras tantas
barreras entre los seres que aquí tampoco pueden salvar las dificultades
para comunicarse; excepto cuando es el propio espacio urbano quien, al
oponer la luz y la sombra, aísla a los sujetos.
La última parte de esta serie, sin embargo deja despuntar una luz
de esperanza mientras la noción de pareja empieza a elaborarse.
No es gran cosa, solo dos cabezas al principio, que se inscriben en el
espacio del cielo en un acercamiento protector. Luego se establece el
contacto físico: uno se atreve a tocar al otro, a experimentar
con el otro, a explorar esta posibilidad de comunicación que se
le ofrece.
El corpus acaba con una imagen simbólica de la tímida reconciliación
con el mundo, o más exactamente de la aceptación del universo
humano tal como tenemos que soportarlo.
El tema del espejo y del reflejo aparece de forma recurrente en el trabajo
de Carmela. El espejo -especulum en latín- ha originado la especulación
que no es, en sentido propio, sino la observación del cielo y del
movimiento de las estrellas, es decir de una relativa eternidad, por medio
de un espejo.
En esta imagen, el espejo parece evocar más la tradición
japonesa, que hace de este último el revelador de la verdad, el
símbolo de la pureza perfecta del alma, del espíritu inmaculado,
del dominio sobre la conciencia.
El proyecto presentado en el Espacio Uno por Carmela García se
inscribe dentro de la coherencia de su discurso. Tras haber explorado
la nostalgia del Paraíso perdido, el sufrimiento y la redención
de la mujer, la artista sigue con su evocación de la naturaleza
esencial y eterna de las cosas y de los seres. Inscribe su propósito
dentro de la representación del futuro, desborda el espacio propio
de la imagen y del cuadro para construir un universo tridimensional más
amplio, donde no solo se trate de contemplar sino también de experimentar
físicamente; adopta así la postura de numerosos artistas
contemporáneos al proponerle al espectador que comparta con ella
la experiencia física.
La propuesta de Carmela para el Espacio Uno resulta especialmente delicada
porque ella toma en cuenta la totalidad del espacio y del volumen.
Desde que el hombre ha dejado su pequeño planeta para intentar
explorar el universo,hemos tomado conciencia de nuestra presencia infinitesimal
con respecto a un tiempo y a un espacio que los experimentos de los astrofísicos
contemporáneos nos sugieren infinitos.
Para remedar nuestros límites ridículo, hemos concebido
y nos hemos hecho con los instrumentos -algunos dicen las prótesis-
imprescindibles para la exploración del universo: lentes de observación,
ordenadores capaces de contar en miles y miles de millones de años
las fuentes luminosas originadas por estrellas, de la cual sabemos hoy
la existencia aún sin poder verlas, y sobre todo naves de exploración
espacial.
desde hace poco sabemos a que se parece la tierra vista desde el cielo,
hemos experimentado, por cosmonautas interpuestos, con la luz lunar -fría,
blanca, de debilísimas vibraciones-;en resuman soñamos con
poder llevar nuestra nave de exploración, nuestros satélites
- nuestra Arca de Noé del futuro por así decirlo- dentro
del espacio intergaláctico.
Carmela García se nos ha adelantado, ha hecho suyas estas propuestas
y nos conduce, a través de la cámara de descompresión
ofrecida a los terrícolas hacia su Paraíso del Futuro.
El volumen, uniformemente plateado, disuelve cualquier referencia a la
escala del mundo -el espectador es acogido en otro tiempo y otro espacio-.
Ya no setrata de arriba o abajo, estamos en ingravidez.
En el centro dialogan una mujer y una jirafa o más exactamente
una jirafa y una mujer y sólo su antropomorfismo las relaciona
con nuestro universo terrestre.
La mujer aparece en su desnudez, límpida. inmaculada, verdadero
autorretrato de la felicidad en un.. ¿ un encuentro? ¿ un
diálogo? , quizá una amistad con una jirafa que , para la
circunstancia ha adoptado el mismo atuendo en una simbiosis perfecta con
el tiempo y el medio en el cual evoluciona la mujer.
La jirafa es uno de los pocos animales representados en el Arca de Noé
también salvada de la maldición divina y a la vez redimida.
Al contrario del león depredador feroz usando su fuerza, la jirafa
aparece como el símbolo de la gracia, de la elegancia que al ver
alto y lejos se ve impregnada de sabiduría.
En la cabina número dos de la nave intergaláctica Espacio
Uno y a través de sus ventanillas vamos descubriendo cinco planetas,
todos femeninos.
Utilizando el tondo, la forma circular para inscribir sus planetas, Carmela
indica que nos encontramos dentro de un espacio mágico protegido
que al no tener principio ni fin simboliza la eternidad.
Al igual que el sol, la tierra y la luna - planetas percibidos a través
del universo como círculos- los planetas de García sugieren
una actividad infinita.
Allí se encuentran -referencias preciosa- los referentes ordinarios
de nuestro mundo humano: la tierra, el aire, el agua, pero en una disposición
extraordinaria.
Así el cuerpo de la mujer no se refleja en el agua sino que se
imprime en ella; al igual que la modelo parece a su vez llevar el aire.
Se nota por otra parte, un cierto número de referencias a una iconografía
contemporánea, tal como esa superficie lunar que se refiere sin
duda alguna a las fotografías realizadas por la NASA durante las
primeras exploraciones lunares.
Para concluir su discurso Carmela nos regala una imagen muy emotiva: el
autorretrato de de esta mujer joven, de estas dos mujeres, calmadas y
serenas.
En un increíble juego de espejos y de ilusión -verdadera
evocación contemporánea de Alicia en el país de las
maravillas, sobre y todo al otro lado del espejo-, se nos plantea toda
una serie de interrogantes acerca de la relación entre el espectador
y la obra, el modelo y su representación, el doble, el gemelo,
la identidad y la ficción, lo verdadero, lo falso y la diferencia.
La coherencia del trabajo de Carmela García reside, para mi, en
esta obra bastante mágica, todo hay que decirlo: a través
de una propuesta filosófica y estética nos ha conducido
desde la realidad sensual hacia la expresión espiritual. Y le doy
las gracias por ello.
*Conferencia impartida por Agnes de Gouvion SaintCyr con motivo
de la inauguración del proyecto "Planeta Ella" en el
Espacio Uno del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid.
*Editado en ESPACIO UNO III
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